jueves, 26 de marzo de 2009

CÉNTIMOS


Se dio cuenta por casualidad. Fumaba frente al trabajo contemplando a la gente lanzarse el huracán de la puerta giratoria, cuando algo brilló en la nuca de una oficinista rubia. Pensó que era una tatuaje y se coló de un brinco entre las aspas para verlo de cerca. Cuando la puerta los escupió al vestíbulo, se había quedado pálido. Como un autómata, fue directo al guardia de seguridad y le miró con disimulo el cogote. Después corrió a la máquina de café, donde un empleado raso, un jefe de área y un becario apuraban un vaso de plástico. Le costó distinguir la ranura en la nuca del chico en prácticas, pero no las de los otros dos, de buen tamaño y algo desgastadas. Contó hasta diez antes de palparse. Le pareció indignante que la suya no alcanzara siquiera el tamaño de una moneda de un euro.

miércoles, 25 de marzo de 2009

VIOLETTE


(Hoy me he dado cuenta de lo mucho que echo de menos Francia, y le he escrito un cuento para que no se enfade conmigo por la falta de atenciones de todo este tiempo).


Todos los jueves, en la misma taberna, los dos emigrantes retornados se reúnen y piden un copa de absenta. “¿Te acuerdas de la primera vez que la probamos?”. “Mais, bien sûr. París, 1953. Con aquella pelirroja que servía las mesas y se moría por subir al escenario”. “Violette, cómo olvidarla. No terminó de entender por qué se prendó de ti. Hasta decía que cantabas bien”. “Tenía mucho oído, la espabilada, y una amiga que no te pasó desapercibida, à mon avis…” Y los dos se dan codazos y se hacen guiños como si Violette acabara de pasar contoneándose camino del baño. En un pico de la barra, el camarero, sólo por incordiar, interviene. “¿No se llamaba Violette la de Marsella?” Los dos le miran como si acabara de decapitar a un niño frente a sus ojos. “Si hubieses estado alguna vez en Francia, sabrías que está plagado de Violettes”. 

martes, 24 de marzo de 2009

AVISO


Nada más subir al vehículo, el autoestopista nota algo raro. “People in this car are worse than they appear” lee en un pegatina sobre el salpicadero. Algo nervioso, ríe el chiste. El afable conductor de mediana edad, su rubia esposa, el niño de la camisa de cuadros y la adorable abuela le acompañan con exageradas carcajadas. Sin parar de reír le ofrecen caramelos, le invitan a elegir la música y hasta se interesan por su vida: “Recorriendo el país solo. ¡Qué interesante!” Poco a poco, cuando la conversación decae, el chico se relaja hasta quedarse dormido.

Le despierta un portazo en mitad de un descampado. Fuera del coche le esperan el afable conductor de mediana edad, su rubia esposa, el niño de la camisa de cuadros y la adorable abuela. Ninguno sonríe.