Tras quince segundos contemplando un plano fijo de la boca de una alcantarilla, el espectador iniciado siente que se le revelan las carencias de su vida. De pronto, todo lo que creía esencial perece. Incapaz de contener las náuseas, escapa de la sala. Su desesperada huida despierta al resto del público, que ronca ignorantemente desde la secuencia de la farola. Con los vómitos de fondo, cinéfilos y amateurs desperezados caen en la cuenta, en pleno contrapicado de una papelera, del absurdo de su existencia.
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