martes, 24 de noviembre de 2009

LA CREMALLERA por Miriam Márquez

“Hagámoslo ahora”, interrumpió ella deslizando los dedos por esa cremallera suya tan bien amaestrada. Pero yo resistí –esta vez me había jurado que iba a llegar hasta el final- el impulso de tocarla y continué argumentando que nunca la había querido, como le había dicho tantas veces, bien encima de ella sudoroso, bien cubierto por los volantes arrugados de su falda. Y esta vez debió de sonar convincente porque la cremallera se puso a trepar hasta su tímida costura, y ella se giró, dejándome admirar por primera vez sus enaguas bien planchadas. Respiré hondo, aliviado, satisfecho. La agarré por detrás y devoré su cintura con mis dedos hasta alcanzar la cremallera. Se me resistió varios minutos. Quizás porque mis manos temblaban o quizás para hacerme creer –siempre he sido algo iluso- que era yo esta vez quien la bajaba. 

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