Confiesa que los
primeros años recurrió para impresionarme a Cortazar. Los encuentros casuales,
los discos amontonados sobre el fregadero, el convencimiento de que nosotros no
sabríamos ser como los demás. Después, relata, Rayuela dejó de hacernos efecto
y hubo que apurar grandes dosis de
Kerouac para volar por los desfiladeros, aporrear los rescoldos de mi juventud
y la suya. Según nos diluíamos buscó remedio en Burroughs, derramó gotas de
Dylan Thomas en mi café, y hasta llegó a mojarme los labios
mientras dormía con esencia de Henry Miller.
Desde hace
algunos meses vaporiza un aerosol de Raymond Carver por la casa. Su
substancia nos permite vivir casi sin rozarnos. Él, cerveza en mano en la
cocina. Yo, nostálgica sin saber por qué en la terraza.
3 comentarios:
Qué triste,yo hubiera querido quedarme siempre en Rayuela.
Muy bueno, Miriam, esta escalera de desamor por los autores.
Gracias, Elisa y Ximens, coleguillas de letras. Sí, lo mismo me he pasado de nostálgico. Vayámonos a vivir al París de Rayuela que es mil veces mejor que el real. Un besado a los dos.
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