Cada vez que se enciende una bombilla roja, el funcionario levanta la palanca correspondiente durante cinco segundos. A veces el ritmo es frenético. Otras, la cadencia amaina. Entonces, el funcionario puede relajarse, desabotonarse la camisa y pensar, por ejemplo, en qué le traerá a Ana el ratoncito Pérez. O el restaurante que escogerá para invitar a su suegro por arreglarle el embrague. Aunque ahora lo que más le preocupa es que María esté tan triste. Hoy tiene pensado comprarle unas flores si logra salir a tiempo del trabajo. ¡Pero, caramba, empieza a hacerse tarde! Falta que esa terca luz, la única que resiste, deje de encenderse cada pocos segundos. Sube el voltaje, mira el reloj y escucha los gritos recrudecerse en el cuarto contiguo. Con esta potencia, la muerte o la confesión llegará antes de que se acaben las margaritas del kiosco.
7 comentarios:
Jo, me has dejado de piedra. No me lo esperaba. Es fantástico. Elena.
Bravo, Miriam. Deberías prodigarte más en esto de escribir ficciones. Lo haces realmente bien.
Fantástico. Sorprendente. Logras un efecto magnífico.
Un abrazo.
Del fin del mundo a la banalidad del mal.¡Uf, qué miedo! Espero que este mundo oscuro desaparezca pronto de tus relatos. Funambulista
Herman,
Viniendo de ti, me anima mucho esta opinión.
María,
veo que estás creando nuevas criaturas cibernéticas. No les quitaré ojo.
Funambulista,
acabo de escribir un relato que se ha ocurrido en un atasco. Creo que es más esperanzado pero no lo tengo claro. Ahora lo cuelgo. Besos
Muy bueno, Miriam, bien escrito y sobrecogedor.
Gracias, Elisa. Para mí tu Pativanesca es un verdadero "Jardín de las Delicias". Saludos.
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