Ahora que estoy muerto, me cuesta una barbaridad odiarte. Horas me paso concentrado en tu traición, la sangre, el cuchillo por la espalda. Pero se está tan bien aquí, hay una paz tan blanca, que resulta difícil no desear que te mueras rápido. Ayer me atreví a preguntarle a otra alma en pena por qué llaman a esto infierno. Se encogió de hombros y se fue riéndose entre dientes. Hoy, por fin, te he visto saludándome a lo lejos. Hoy, por fin, te has muerto.