jueves, 17 de julio de 2008

LUJOS por Miriam Márquez


El-hombre-que-nunca-se casaría-pero-que-todavía-no-tenía-ni-idea salió espantado de la joyería con un papel en la mano. “¡Cuatro mil euros!”, pensó mirando la hoja. Era justo la sortija que a ella le gustaba, pero jamás se hubiera imaginado que podía costar tanto. Por el camino de vuelta a su casa, la mente gestora de el-hombre-que-nunca-se casaría-pero-que-todavía-no-tenía-ni-idea empezó a echar cuentas. Entre la alianza, la cena y el pianista, la petición de mano superaría los cinco mil euros, seis mil para redondear. En un año se había gastado en conquistarla con bombones, regalos y viajes más de tres mil. Con su modesto empleo de cajera, ella ganaba al año una décima parte que él. En poco tiempo, esta proporción se duplicaría porque ella no tenía ninguna opción de ascender en su empresa, mientras que a el-hombre-que-nunca-se casaría-pero-que-todavía-no-tenía-ni-idea se le amontonaban. “Con lo que gana”, pensó, “si quisiera regalarme algo con un importe similar al de la alianza, tendría que estar ahorrando durante al menos un año. Eso contando con que no le surgiera ningún imprevisto”. Las cuentas le parecieron tan claras que se sorprendió por no haberse dado cuenta antes. El-hombre-que-nunca-se-casaría-y-que-estaba-empezando-a-intuirlo arrugó la hoja, le dio un puntapié y se fue convencido de que el amor era un lujo que no podía permitirse.

SINÓNIMOS por Miriam Márquez

 
En mitad de los deberes de Historia, el hijo del traficante de armas frunce el ceño y pregunta:
-Papa, ¿qué es una tregua?
-Una desaceleración.
-¿Y un armisticio?
-Una crisis, cariño.

miércoles, 16 de julio de 2008

LÁGRIMAS DE PERSÉFONE de Ines García


(Intenso. ¿No os parece?)

Miras al techo de tu habitación con los ojos achinados, hinchados de sal e impotencia. Los goterones resbalan por tus mofletes y se cuelan en las orejas. Eres todo narizota roja y cara congestionada.

Ha pasado el tiempo, has madurado -o al menos te has hecho mayor-, pero sigues teniendo la misma forma de llorar. Ridícula.

Estais condenadas a no entenderos. A haceros daño sin miramientos. A no asumirlo nunca y a creer que, en el fondo, algún día cambiarán las cosas. Pero no lo hacen... y otra tarde más te desplomas sobre la colcha con un bloque de hormigón sobre el pecho, con una orquesta
asinfónica taladrando tu cabeza, con un pulso de panderetas. Con pena.

Nunca verá más allá de lo que quiere ver. Y tú, tú hace tiempo que no sabes cómo ajustarle las gafas. Has tirado la toalla, te odias por ello y mientras, de nuevo, las lágrimas se cuelan por el agujero de tus orejas, vuelves a escucharlo.

...."esto va a acabar mal".

Ya lo ha hecho.


domingo, 13 de julio de 2008

FENG SHUI por Miriam Márquez


(Pequeño cuento improvisado a la hora de comer del trabajo. Dedicado a todos aquellos que, como yo, han vivido alguna vez en la periferia, afueras, las ciudades dormitorio, los HLM o los guetos)

Ahora que mi mejor amigo se ha echado una novia taiwanesa, está empeñado en que tengo que dejar que reorganice mi espacio. Me dice que ella, experta en Feng Shui, puede ayudarme mucho con mis nostalgias, despistes y hasta con mis cuentos. A él le ha ido tan bien que ahora, entre las flores de loto y los tonos neutros de su pared, nunca tiene tiempo para las pesadillas.
La llamé tras siete días sin escribir una línea. Apareció con un vestido color mandarina y un cuaderno recién estrenado. Tomó nota de mis plantas resecas, del empapelado de mi estudio y hasta del íntimo estropicio de mi nevera. La vi cómo se asomaba con estupor al callejón que contemplo mientras escribo. En la ventana de enfrente, dos latinos en paro suspendieron su reggaeton para escrutarla sin disimulo.
De acuerdo a sus recomendaciones, he trasladado mi estudio a otra habitación, insonorizado las ventanas y despellejado las paredes. Tengo un bote lleno de lápices recién afilados, una mariposa monocolor estampada en el techo y un hilo musical como de profundidades marinas.
El día que tenía que venir a comprobar mis avances, no apareció. Algo decepcionado, llamé a mi amigo. Lo cogió al primer timbrazo, y le entendí la mitad de lo mucho que lloraba. Ella se había enamorado de pronto de un calavera sin escrúpulos y se había marchado a compartir con él sus pasillos enroscados y las goteras de su buhardilla. La última vez que la vio tenía un tic en el ojo y dos manchas moradas junto a la clavícula.
Me alegré bastante de no tener que soportar más la música de acuario. Los lápices ya se habían gastado con mis garabatos y, afortunadamente, la mariposa monocolor era fácil de tapar con un póster de Playboy. En la ventana de enfrente, los dos adolescentes seguían enredados en su sudoroso combate. Estaban tan concentrados que pude contemplarlos durante mucho rato. Poco a poco, casi sin querer, me puse a escribir y me olvidé de ellos.