jueves, 19 de marzo de 2009

OBITUARIOS


Al escritor de obituarios en el periódico le llaman “el Bicarbonato” porque si hay plata de por medio siempre deja al muerto reluciente. El mote se lo inventó el Jefe de Redacción, el mismo que le pone cada día a frotar para sacar brillo a los fiambres reputados. A él, al Jefe de Redacción, le dicen “El cubano”. Unos cuentan que porque viaja a La Habana sin razón declarada una vez al año, otros por los ejércitos de puros que desfilan entre sus dedos. Los más osados relatan que el apodo viene de un día que agarró tal cogorza en la copa de Navidad, que sacó a una señora de la limpieza y paisana de Fidel a bailar por el pasillo. Después la intentó besar en los baños, y ella no quiso. Aunque de las calabazas, desgraciadamente, no hay documentos gráficos. La historia y el mote, claro está, no es algo de lo que se pueda ir alardeando por la redacción. No es como gritar ¡Bicarbonato! de pronto para que el escritor de obituarios salga de su ensimismamiento de un brinco algo desorientado. Eso es algo que se ríe y se aplaude mucho entre los colegas. 
Pero hoy, “el Bicarbonato” no se sobresalta. Absorto, ni siquiera quiere chismorrear de las “extrañas” circunstancias en las que apareció muerto su jefe hace dos días: solo, desnudo, en un hotel, de un infarto, borracho y desaparecido de su familia. El “Nato” lleva más de dos horas con una hoja en la mano. El resto supone que estará dando los últimos retoques a su obituario, sacándole brillo, dejándolo resplandeciente como le han mandado. Antes de marcharse se acerca al Jefe de Cierre y le susurra algo al oído. “Yo me hago cargo, Manolo”, comentarán después los que estaban cerca que dijo con firmeza. Y, al día siguiente, a primera hora, por primera vez en veinte años, el nuevo Jefe de Redacción le llama por su nombre al despacho. Dice: “Luis, esto es un escándalo”, mientras intenta mantener por todos los medios el ceño fruncido y sus ojos sonríen y sus dedos señalan un título en cuerpo 24 donde se lee “El cubano”.

miércoles, 18 de marzo de 2009

REALISMO SUCIO por Miriam Márquez


(Para aquellos que, como yo, crecieron admirando a los perdedores de Bukowski que no se preocupaban de su salud ni de su reputación ni del mañana. ¡Ay, B., qué difícil debe de  ser vivir dentro de tus cuentos! ¿O es la normalidad lo más insoportable?)

Después de años cumpliendo escrupulosamente su labor, el personaje de Bukowski se planta ante su autor. Le explica que, a sus cincuenta y tantos años, todavía no ha encontrado novia formal, que acaba de sufrir una angina de pecho y está cansado de andar rebotando de tugurio en tugurio. Exige unas vacaciones de pulsera en cualquier resort de medio pelo donde pueda conocer gente normal y enamorarse (sin ir más lejos) de cualquier oficinista de tres al cuarto. Si no se las concede pronto, no le dejará más opción que boicotear los cuentos. Y de su carrito de la compra, el otrora perdedor bohemio extrae un cartón de leche de soja, un poco de tofu y un suplemento vitamínico. 

martes, 17 de marzo de 2009

EL PINTOR DE CÁMARA por Miriam Márquez


El retratista lleva una temporada nefasta. Hace quince días, la reina le reprochó el rubor juvenil de sus mejillas en su último cuadro. Poco después, tuvo que alargar la falda de un par de meninas para que no asomaran sus rosadas pantorrillas. Hasta la duquesa de C., que tanto gusta de provocar a la Corte, se santigüó ayer mismo al ver el rictus inequívoco de sus labios entreabiertos. Antes de que sea tarde, el pintor escribe a su nueva amante: "Queridísima, no puedo volver a verla. Tanta felicidad está afectando a mi trabajo".

lunes, 16 de marzo de 2009

EXTRATERRESTRES VIII


(¡Viva la primavera!)

-¿Cómo dices que se llama esta cantante?-, pregunta el extraterrestre verde de antenas observando con expresión soñadora el palpitar de las luces parisinas en la noche terrícola.
-Piaf-, contesta el otro desde el tocadiscos.
-¿Cómo?- insiste el curioso indicándole que se aproxime.
-Piaf- responde su amigo acercándose unos metros.
-¿Disculpa?
-Piaf, Edith Piaf-. Y avanza otro paso hasta caer en las redes del emocionado marciano, que en un instante recorre ya su cuerpo con sus anhelantes antenas.