miércoles, 7 de abril de 2010

SOFISTICACIÓN




Su abuelo se disparó en una sien. Su madre apuró tres tabletas de pastillas. Cuentan que su padre se rebanó las muñecas con una navaja suiza. Su hermana, misionera, adoraba besar labios enfermos de cólera. Su hermano, antes de lograrlo, resistió a la ruleta rusa diecisiete madrugadas. Ella, la única que queda de la familia, es la más perfeccionista. Por eso se enamoró de mi al vuelo en aquella taberna (el retrato robot pegado en la puerta me hacía bastante justicia). Estoy seguro de que llegado el momento, mi puntería no va a decepcionarla.

ODIO


La esposa madura del 7º A odia a la quinceañera de pelo dorado del 5º B. Sobre todo cuando, en compañía de su marido, se la encuentra en el ascensor. Siempre que esto sucede, la mujer escudriña los ojos de él. No vayan a resbalar por su trenza adolescente o la lengua curva que lame el caramelo o la suave pelusa albina de sus muslos. Luego, en solitario, la mujer se atormenta: ¿La amaría si pudiera? ¿Sueña acaso con ella cada noche? ¿Se da cuenta del olor que escapa de su cuello? ¿De la ternura de su labio superior? Esta cantinela la ensimisma, la enloquece. Tanto que la primera vez que se topa a solas con ella en el ascensor no logra contenerse. Con las manos crispadas pulsa la tecla de parada. Ni siquiera el rostro sorprendido de la chica consigue detener sus ansias de besarla.