jueves, 4 de junio de 2009

MATILDE


Siempre que vamos a cenar a su casa, Matilde nos recibe perfecta. Ni demasiado elegante, para que su belleza no nos haga sentir vulgares. Ni tan informal que pudiera parecer que no valora nuestra visita. Nada más entrar, como ya va siendo rutina, mi marido se emboba mirándola. Ella le corresponde sin demasiado descaro, para que su esposo y yo no nos sintamos heridos, pero sin frialdad, para no desanimarle. A la hora de los postres, Matilde siempre necesita que alguien mañoso la ayude a abrir un vino dulce muy añejo. Yo animo a mi Antonio, que tiene la rara habilidad de sacar a la primera y de una pieza los corchos más caducos. Antes de abandonar con él el salón, Matilde sube un poco la música. Sin pasarse, para que su marido y yo podamos seguir con nuestra conversación descolorida, pero sin quedarse corta, para que los jadeos de la cocina no nos incomoden demasiado.

martes, 2 de junio de 2009

FALSOS SINÓNIMOS


(Dos variaciones de una misma historia)

Ella ama a Carmen, a Lee Miller, a Cleopatra. Le gustan las mujeres que comen celos, que se arrancan las costras, que dicen te amo, en vez de te quiero… Esas que siempre, al final de cada fiesta, tienen los labios negros de vino tinto. Por eso cuando él llega con su pulcro traje del trabajo, ha roto todas las fotos, algunas copas, y rasgado las cortinas. Y se ha hecho un corte no demasiado profundo en la muñeca (al fin y al cabo no quiere morirse nunca) porque él no la AMA. Y ha dejado un rastro de colillas por el suelo porque sabe que a él le gustan las pistas, los indicios, las listas, los caminos que llevan a alguna parte. Al final está ella. Hipa un poco. Si encontrara las palabras, le reprocharía que sepa justo lo que hay que hacer en ese instante, que mantenga el pulso, su razón (que no fé) incondicional en ella. Que no llegue y le dé dos bofetadas y la eche a patadas a la calle aunque sólo sea por una noche. Pero es difícil de explicar todo eso a un hombre que lentamente le enjabona la espalda, le recoge el pelo detrás de la oreja y muy bajito, como si fuera una niña, le dice que la quiere. 

lunes, 1 de junio de 2009

ESTAMPADOS


Ella ama a Carmen, a Lee Miller, a Cleopatra. Le gustan las mujeres que comen celos, que se arrancan las costras, que dicen te amo, en vez de te quiero… Esas que siempre, al final de cada fiesta, tienen los labios negros de vino tinto. Por eso cuando él llega con su pulcro traje del trabajo, ha roto todas las fotos, algunas copas, y rasgado las cortinas. Y se ha hecho un corte no demasiado profundo en la muñeca (al fin y al cabo no quiere morirse nunca) porque él no la AMA. Y ha dejado un rastro de colillas por el suelo porque sabe que a él le gustan las pistas, los indicios, las listas, los caminos que llevan alguna parte. Al final está ella. Hipa un poco. Si encontrara las palabras, le reprocharía que sepa justo lo que hay que hacer en ese instante, que mantenga el pulso, su razón (que no fé) incondicional en ella. Que no llegue y le dé dos bofetadas y la eche a patadas a la calle aunque sólo sea por una noche. Pero es difícil de explicar todo eso a un hombre que le dice te quiero, le enjabona la espalda y le recoge el pelo detrás de la oreja. El mismo que mañana la llevará a alguna tienda para que, con el mejor de los humores, escoja el estampado de las próximas cortinas.