sábado, 16 de octubre de 2010

ECHAR RAÍCES por R.A.



Cuando la conoció se dijo que ya era hora de sentar cabeza; sentía una necesidad urgente de vivir en un sitio fijo, de abandonar aquella vida trashumante. Se mudó a su casa, un piso limpio, ordenado, lleno de plantas a las que ella hablaba. Y cada noche, con el cansancio de después de amarse, dormían abrazados. Y así un día y otro, hasta que una mañana notó que de sus piernas brotaban raicillas, y ella le recomendó quedarse en cama ese día, pero a la tarde las piernas se habían unido formando un tronco y a la noche sus pies eran dos raíces, fuertes y hambrientas de tierra. Durmió una vez más abrazado a su cuerpo, y se soñó laurel.

Ella lo ha plantado en una maceta grande, y le habla y lo mima. Por el día lo deja en la terraza al sol y le pone música clásica, por la noche lo deposita con delicadeza en la cama.