sábado, 21 de junio de 2008

CARMÍN por Miriam Márquez


Pablo
Creo que nunca le fui fiel a Elena. Tampoco nunca reivindiqué mi inocencia. El primer recuerdo que tengo de ella es como la más bonita de un grupo, seguida de cerca por la número dos. Elena nunca fue la única, sólo la esencial. 
Pero ahora que ha intentado matarse en tres ocasiones, y el médico dice que va en serio, he decidido reformarme. Nueva casa, nuevos vecinos, nueva sirvienta, nuevos chismes, que espero que esta vez no vuelvan a hablar sobre nosotros. 

Elena
Me gustan las paredes de la nueva casa: tan claras, tan vivas, tan diferentes de las de aquella casona de la que me sacaron a la fuerza. Al principio eché de menos la sobriedad, el polvo acumulado, los pasillos largos por donde mis fantasmas vagaban a sus anchas. Él los ahuyentó, hizo las maletas y sólo unos pocos consiguieron seguirnos. 

En la nueva casa hay muchas flores. Antes se ocupaba de ellas la nueva criada, pero desde hace dos meses soy yo quien las cuida. Me sirve para distraerme durante los viajes de Pablo. Hace poco cogí un bulbo de un lilo y lo planté en un tiesto pequeño. Lo llevé a la habitación de matrimonio. Sé que a él, aunque lo niegue, le gustan mucho las flores. 

Ahora sobre la mesa de la habitación hay tres cosas: el lirio algo reseco, una caja de pastillas y una camisa de Pablo manchada de carmín. El rojo es tan penetrante que podría perder de vista el mundo mirándolo. Eso es precisamente lo que me dispongo a hacer. 

La criada

Sabía por habladurías que era un hombre de instintos, así que decidí mostrarme cauta. Con lo que no contaba era con su desinterés. Al poco tiempo me descubrí implorando sus miradas. Ser invisible, como la tentación, es algo que se me da muy mal. 

Un día que la frágil Elena andaba con sus flores, me acerqué por detrás al sillón donde estaba leyendo. Le acaricié la nuca, pero no se giró. Me apartó suavemente y pasó la página del libro. 

Al principio me pareció que no funcionaría. Demasiado color en las mejillas de Elena. Aún dudaba cuando esta mañana, a las doce, todavía no se había levantado. De puntillas entré en la habitación y la encontré doblada sobre la mesa. Dejé todo como estaba y sólo eché la camisa manchada a la lavadora. 

Elena todavía estaba algo caliente cuando marqué el número de Pablo. 

jueves, 19 de junio de 2008

DESVÍOS por Miriam Márquez


Desde siempre quiso ser escritora. 
Escribía cuentos ambiciosos, los podaba para adaptarlos a los concursos, los obligaba a viajar en sobre amarillos. 
A veces la llamaban porque había ganado. Se perfilaba los labios y salía al estrado. Cuando miraba desde arriba, el público le parecía una nube ruidosa. Esa misma noche apuntaba en su libreta otra convocatoria. Se dormía pensando en folios DIN4 mecanografiados a doble espacio por una sola cara.

Pasaron los años. Ya no cogía el teléfono al primer timbrazo. Los cuentos adelgazaron tanto que se tornaron novelas. Le compraron los derechos para una película de acción. Los periodistas se sabían su nombre. Tradujeron sus palabras al inglés, francés, italiano y muchas otras lenguas no romances. En su casa, en la vitrina, tenía uno en checo. Le fascinaba contemplar, bajo su foto, aquella líneas incomprensibles.

Tenía agente. Los labios se le fueron secando. Ya no se subía a cualquier estrado.

Un día comenzó a sentir angustia. Los personajes de su novela se contagiaron. Las tramas empezaron a simplificase. Las vueltas de tuerca se pasaron de rosca. La heroína se vio una arruga en el espejo, el galán empezó a hacerse preguntas. Los malos se pusieron a tener remordimientos. Los buenos se deprimieron.

Se pasó de caracteres. Le salieron dos volúmenes. La editorial se quedó perpleja. La actriz de moda que iba a protagonizar la secuela se entusiasmó. Empezó a ensayar ese gesto entre la soledad y el miedo. El productor negó con la cabeza. El público no quiso cargar con aquel libro tan triste en el metro.


Ya no tenía agente. Ya no había ruido. Desde siempre quiso ser escritora.


TROFEOS por Miriam Márquez


-"Un país de contrastes... Un reencuentro con uno mismo... Un lugar donde cuestionarse la vida...", recitaba el turista exhibiendo sus fotos del viaje. 
-¿Y sus gentes?,  le preguntaron. 
-¡Pobres ignorantes! ¡No se dejaban fotografiar!


DEFORMACIÓN PROFESIONAL por Miriam Márquez


Ahora que por fin había decidido suicidarse, la vida le resultaba bastante más tolerable. Hasta era capaz de mirar de frente la maldita foto: iluminación perfecta, composición certera e intensidad narrativa. La niña agonizando sobre el suelo agrietado. Más que una imagen era un atajo a la asfixia. 
Pero ahora que había decidido suicidarse, podía recordar sin remordimientos el momento: enfocó en sus ojos, abrió el ángulo y disparó varias veces. Calibró la perspectiva más dramática y el visor de la cámara le confirmó que la había encontrado. Se quedó varios minutos dando vueltas anonadado. No pensó nada más hasta después. 
Pero ahora, que era después, él había decidido suicidarse. Colocó los libros en las estanterías, afiló los lápices, bajó las persianas hasta la mitad y dejó flotando los visillos. Apagó las alarmas, no fueran a distraer la atención de la primera persona que entrara en la sala. Desconectó el teléfono y se afeitó. Sacó todas sus cámaras y fue haciendo añicos uno tras otro los objetivos sobre el parqué. Antes de subirse a la silla y anudar bien la soga, apagó la luz. Lo último que pensó, antes de dar la patada, es que la luz del amanecer entre los visillos dibujaría con su cuerpo un atractivo escorzo.