Pablo
Creo que nunca le fui fiel a Elena. Tampoco nunca reivindiqué mi inocencia. El primer recuerdo que tengo de ella es como la más bonita de un grupo, seguida de cerca por la número dos. Elena nunca fue la única, sólo la esencial.
Pero ahora que ha intentado matarse en tres ocasiones, y el médico dice que va en serio, he decidido reformarme. Nueva casa, nuevos vecinos, nueva sirvienta, nuevos chismes, que espero que esta vez no vuelvan a hablar sobre nosotros.
Elena
Me gustan las paredes de la nueva casa: tan claras, tan vivas, tan diferentes de las de aquella casona de la que me sacaron a la fuerza. Al principio eché de menos la sobriedad, el polvo acumulado, los pasillos largos por donde mis fantasmas vagaban a sus anchas. Él los ahuyentó, hizo las maletas y sólo unos pocos consiguieron seguirnos.
En la nueva casa hay muchas flores. Antes se ocupaba de ellas la nueva criada, pero desde hace dos meses soy yo quien las cuida. Me sirve para distraerme durante los viajes de Pablo. Hace poco cogí un bulbo de un lilo y lo planté en un tiesto pequeño. Lo llevé a la habitación de matrimonio. Sé que a él, aunque lo niegue, le gustan mucho las flores.
Ahora sobre la mesa de la habitación hay tres cosas: el lirio algo reseco, una caja de pastillas y una camisa de Pablo manchada de carmín. El rojo es tan penetrante que podría perder de vista el mundo mirándolo. Eso es precisamente lo que me dispongo a hacer.
La criada
Sabía por habladurías que era un hombre de instintos, así que decidí mostrarme cauta. Con lo que no contaba era con su desinterés. Al poco tiempo me descubrí implorando sus miradas. Ser invisible, como la tentación, es algo que se me da muy mal.
Un día que la frágil Elena andaba con sus flores, me acerqué por detrás al sillón donde estaba leyendo. Le acaricié la nuca, pero no se giró. Me apartó suavemente y pasó la página del libro.
Al principio me pareció que no funcionaría. Demasiado color en las mejillas de Elena. Aún dudaba cuando esta mañana, a las doce, todavía no se había levantado. De puntillas entré en la habitación y la encontré doblada sobre la mesa. Dejé todo como estaba y sólo eché la camisa manchada a la lavadora.
Elena todavía estaba algo caliente cuando marqué el número de Pablo.