viernes, 18 de octubre de 2013

DROGAS






Confiesa que los primeros años recurrió para impresionarme a Cortazar. Los encuentros casuales, los discos amontonados sobre el fregadero, el convencimiento de que nosotros no sabríamos ser como los demás. Después, relata, Rayuela dejó de hacernos efecto y hubo que apurar grandes dosis de Kerouac para volar por los desfiladeros, aporrear los rescoldos de mi juventud y la suya. Según nos diluíamos buscó remedio en Burroughs, derramó gotas de Dylan Thomas en mi café, y hasta llegó a mojarme los labios mientras dormía con esencia de Henry Miller.

Desde hace algunos meses vaporiza un aerosol de Raymond Carver por la casa. Su substancia nos permite vivir casi sin rozarnos. Él, cerveza en mano en la cocina. Yo, nostálgica sin saber por qué en la terraza.