sábado, 5 de julio de 2008

ÚLTIMA NOCHE por Miriam Márquez


(Prometo reformarme y empezar a escribir cosas alegres)

Por más que se arrepintió y luchó contra la lavadora, el centrifugado había arrancado ya su olor de las sábanas.

martes, 1 de julio de 2008

PASEAR por Clara Valmorisco


(¡Cómo me gustan estas historias que no son lo que parecen! El primer cuento que me manda una chica. ¿Qué pasa lectoras? ¿No hay ganas de participar en el trueque?)

Nunca pensé que terminaría guardándote allí, ni mucho menos que guardaría sólo una parte de ti. A veces me pregunto si no me estaré equivocando, si esta manera mía de razonar, de hacer las cosas, no será más que el reflejo de algún trastorno al que no quiero mirar. Pero me gusta pasear contigo, sobre todo ahora que la ciudad se está llenando de luces, que las calles huelen a castañas asadas. Si bajo la ventanilla, el olor se mete en el coche y, por un rato, el tiempo que dura un semáforo en rojo, tú te sientas a mi lado y me propones un plan. A veces es comprar castañas y asarlas en la chimenea, comérnoslas tirados en la alfombra; a veces es algo más arriesgado. Nos vendría bien un viaje. Y yo siempre digo que sí.


Ya tengo los billetes para Italia. Serán unas Navidades distintas este año. Tan acostumbrados a la familia y a la lombarda se nos va a hacer raro tener sólo un abrigo y frío. Pero pasearemos y eso es lo único que quiero. Me contaste que en el silencio de la noche Venecia es otro mundo, y que puedes susurrar a una persona desde orillas distintas de un canal y oírla contestarte como si estuviera a tu lado. Claro que, en Navidad será difícil encontrar una calle vacía en una ciudad tan pequeña y tan turística. Por eso he pensado que podemos dormir por el día y pasear de noche. Siempre me ha llamado la atención la idea de conocer una ciudad a oscuras. No habrá museos ni tiendas abiertas, pero estarás tú, estaré yo; estaremos abrigados y tendremos los canales. Y también la copa de champagne en medio de la plaza de San Marcos. No la conozco, pero he imaginado tantas veces ese momento que casi lo revivo más que imaginarlo. Tendremos todo lo que me contaste.


Me da miedo viajar sola. Me he comprado un libro y, como el vuelo es corto, supongo que será suficiente para que mi cabeza no se vaya muy lejos. Todo lo demás está solucionado. Tengo los mapas, tengo el hotel y el idioma no me preocupa; además, tampoco creo que necesite hablar con nadie. Mi plan es dormir durante el día y pasear por la noche, sentarme a la orilla de algún canal y hablarte, que me hables desde la otra orilla y yo pueda oírte a mi lado.


Sólo espero que sea cierto que eso ocurre en el silencio de Venecia. Y que no te importe que la parte de tí que no tiré al mar me espere en el maletero del coche. 

EL HOMBRECITO VERDE por Francisco Chica


(!Un cuento fantástico que nos llega desde Bratislava!)

A los ocho años lo vi por primera vez. Vivía a los pies de mi cama y se alimentaba de piel y legañas. 
Un día, en su recolecta nocturna de provisiones debió encontrar oposición por parte de algún lagrimal mío, o tal vez tropezó con una pestaña vaga, pero el descuido o la mala suerte lo llevó directo a mi fosa nasal, provocando un estornudo y el consecuente desconcierto por ambas partes. 
No era la primera vez que nos veíamos, pero un pacto tácito me llevó a callar y dejar hacer. 
Nunca nos habíamos cruzado en nuestras tareas (dormir y recolectar) y frente a esta nueva situación la reacción se hizo esperar. 
El golpe le dejó mareado y destartalado sobre mi cama mientras que el despertar repentino me mantenía semiinconsciente y el sopor aún nublaba mi visión. 
Tardamos unos segundos en decidirnos. 
Yo me agaché y él se acercó a mi oído. 
El contacto era inevitable así que lo mejor era llegar a un nuevo acuerdo cuanto antes. 
Fue la única vez que oí su voz, dulce y reducida, una voz joven de siglos atrás. 
Sólo tres palabras me dijo:
- Un secreto semanal.
Esa era su oferta. Libertad para actuar como antes a cambio de un secreto a la semana. 
Estaba tan excitado y a la vez tan casi ausente que no me atreví a preguntar más. Asentí con la mirada y me dispuse a dormir de nuevo. Ya descubriría qué y cómo me desvelaría esos secretos. 
Los primeros días me acostaba nervioso y madrugaba exaltado, en busca de una nota bajo la almohada o escondida en las zapatillas. Otras veces imaginaba que me despertaría a media noche para contarme la buena nueva. 
Pero nada de eso ocurrió. Cada vez me costaba más dormirme hasta que, víctima del cansancio y el insomnio caí presa de un sueño pesado e inesperado. 
Así fue como empecé a saber cosas. 
El hombrecillo verde se volvió más cuidadoso y apenas lo veía ya, pero una vez a la semana me despertaba sabiendo algo nuevo. 
A veces era sólo comprender una fórmula o asimilar una teoría. Las semanas afortunadas descubría nuevos sentimientos o sensaciones desconocidas. 
Y así me trajo el amor y la amistad, la gravedad o el complemento del nombre, y las ganas de viajar…
Sin embargo con cuantas más cosas yo sabía más huraño se tornaba el hombrecillo, y poco a poco dejó de moverse. Le cogió cariño a la cama y allí pasaba las horas. Hasta que un día dijo adiós, y tuve miedo de conocer todos los secretos que él tenía. 
Hace tiempo que dejé de ver al hombrecillo verde, pero algunas veces, cuando me levanto, siento que me visitó esta noche, y junto con su cesta de piel y legañas se llevó también un secreto de vuelta, que fue compartido y dejé de usar, dejando espacio para crecer a otros y dándole a él algo para recordar…