jueves, 19 de junio de 2008

DEFORMACIÓN PROFESIONAL por Miriam Márquez


Ahora que por fin había decidido suicidarse, la vida le resultaba bastante más tolerable. Hasta era capaz de mirar de frente la maldita foto: iluminación perfecta, composición certera e intensidad narrativa. La niña agonizando sobre el suelo agrietado. Más que una imagen era un atajo a la asfixia. 
Pero ahora que había decidido suicidarse, podía recordar sin remordimientos el momento: enfocó en sus ojos, abrió el ángulo y disparó varias veces. Calibró la perspectiva más dramática y el visor de la cámara le confirmó que la había encontrado. Se quedó varios minutos dando vueltas anonadado. No pensó nada más hasta después. 
Pero ahora, que era después, él había decidido suicidarse. Colocó los libros en las estanterías, afiló los lápices, bajó las persianas hasta la mitad y dejó flotando los visillos. Apagó las alarmas, no fueran a distraer la atención de la primera persona que entrara en la sala. Desconectó el teléfono y se afeitó. Sacó todas sus cámaras y fue haciendo añicos uno tras otro los objetivos sobre el parqué. Antes de subirse a la silla y anudar bien la soga, apagó la luz. Lo último que pensó, antes de dar la patada, es que la luz del amanecer entre los visillos dibujaría con su cuerpo un atractivo escorzo. 

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