miércoles, 15 de abril de 2009

EL ENCARGO


El sicario novato ve salir a su presa de la casa, pero no le da tiempo a fijar el blanco antes de que se meta en su descapotable. A cierta distancia, le acompaña hasta el chalet donde siempre recoge a su rubia ventiañera. Lleva esperando en el coche doce minutos y la calle está desierta. “Pero nunca se sabe cuándo puede llegar su acompañante”, piensa el asesino apurando un cigarrillo. La chica todavía tarda trece minutos más. Cinco colillas se suman a su cenicero. Después van al cine y a un restaurante. En mitad de la cena, el cada vez más apurado delincuente ve cómo la pareja empieza a discutir airadamente y se marcha con gran escándalo. Desconcertado,  sale del restaurante olvidándose, por supuesto, de pagar su cuenta. En la persecución se salta varios semáforos y vuela hasta el chalet con la pasma siguiéndole los talones. Sin saber muy bien cómo logra llegar a su objetivo sin acompañamiento de sirenas. Frente al adosado, su persistente encargo avanza dando tumbos hasta su deportivo, abierto de par en par, con una petaca en la mano. Sigilósamente, el sicario se acerca, se asoma y, tras comprobar que se ha quedado dormido, se la arrebata con suavidad y se echa un buen trago. 

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