Al principio la soledad les costaba un poco. Los primeros días, incluso, se rebeló contra aquella situación inesperada. Un pataleo, un quedarse ronco llorando, un desgañitarse sin oídos ajenos a mano. Después aprendió que, a partir de entonces, tendría que vivir sin ella, entretenerse, no sé, bastarse a sí mismo. Ahora medita a ratos, escribe poesía de memoria, canturrea estribillos inventados. Sólo en algunos momentos, cada vez menos, la añora tanto que, sin querer, se pone a rascar como un loco la tapa de madera de pino.
2 comentarios:
Si el final es el que imagino, bastante macabro! No me gustaría estar en su situación, a ver como se entretiene uno...
Saludos
me ha gustado la narración
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