domingo, 30 de noviembre de 2008

EL INGENIERO por Miriam Márquez


Ella tiene el pelo moreno y corto, y un cuerpo que tiene distintas edades. Dieciocho en los pechos, quince en las caderas, poco más de trece en sus manos. Él tiene una espalda que le hace parecer un hombre, y una timidez de niño. Ella estudia filosofía, como excusa para inventar. Él, ingeniería, como coartada para observar. Ahora recorre la cara de ella, quieta y desnuda en su cama, y sabe que de un momento a otro va a hablar porque le mira y calla. “Nunca me has dicho nada bonito, nada profundo ni trascendente…”. Él nota que le arde la cara. De nuevo aquello y justo allí donde no hay dónde esconderse. Piensa en decirle que aquella misma tarde ha dejado orientado el telescopio en su terraza para que la próxima vez que suba encuentre a la primera la constelación que le enseñó el otro día. Se le ocurre contarle que ha terminado el libro que ella le prestó en sólo una noche, y que ahora anda repasándolo un poco más despacio intentando encontrar la razón por la que es tan maravilloso. Está a punto de hablar para revelarle que, de todos los mecanismos del mundo (y hay algunos infinitos e inexplicables), él prefiere el abrir y cerrar perfecto de sus mandíbulas cuando habla. Se le pasan muchas cosas, tontas e insulsas, por la cabeza, pero se las guarda. No quiere que ella las compare con los versos perfectos de esos señores ya muertos a los que tanto admira. 

4 comentarios:

Patricia Simón dijo...

¡Qué lindo encontrarte por aquí y qué placer leerte!

Nos perdemos entre la gente de vez en cuando, pero siempre volvemos a encontrarnos.

Una suerte.

Besos desde el norte,

Patricia

Anónimo dijo...

Me gustaría ser uno de tus personajes y vivir en tus sueños. Un beso, resacosa

Maria Coca dijo...

Buenísimo!!!!! Me encanta. Felicidades!!!!!

Anónimo dijo...

El amor es incomprensión, aunque se suele decir lo contrario. Él ha tomado esa sabia decisión, pero no creo que ella lo interprete bien y tarde o temprano le reprochará la ausencia de adulaciones.